8° GRADO 2° Per. CASTELLANO Y LIT.
GRADO 8°CASTELLANO Y
LITERATURA. SEGUNDO PERIODOSEMANA 1 DE
AGOSTO DE 2020CLASES 1-1 y
1-2
INSTRUCCIONES GENERALES.
RECUERDE
DEJAR LA RESEÑA DE ESTAS CLASES EN SU CUADERNO INDICANDO LA FECHA, TÍTULO-S,
TEMA-S TRATADO-S, LAS ACTIVIDADES PROPUESTAS (RESPUESTAS) Y EL LEXICÓN.
1er. TEMA. LA POESÍA ROMANTICA.
1.1 .- SABERES PREVIOS: - Observa la imagen que trae el texto y responde la pregunta. (en el cuaderno).
1.4. EJEMPLO.
1.5. ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE.
1.7. PREGUNTAS, DUDAS, ACLARACIONES Y
AMPLIACIONES
1.8. RESPUESTAS. COMPAREMOS LOS ACIERTOS. EL profesor
va leer y comentar las respuestas más indicadas y los estudiantes se auto
calificaran por el número de aciertos.
2. LEXICÓN.
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2o. TEMA. LA NARRATIVA DEL ROMANTICISMO.
2.1 .- SABERES PREVIOS: - Observa la imagen que trae el texto y responde la pregunta. (en el cuaderno).
2.2 .- ANALIZA Y CONOCE:
2.3. NOVELA HISTÓRICA.
2.4. EJEMPLO.
2.5. NOVELA
ROMÁNTICA.
2.6. ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE.
2.7. EVALUACION DEL APRENDIZAJE.
2.8. PREGUNTAS, DUDAS, ACLARACIONES Y
AMPLIACIONES
2.9. RESPUESTAS. COMPAREMOS LOS ACIERTOS.
3. LEXICÓN.
VIDEOS COMPLEMENTARIOS: https://www.youtube.com/watch?v=UoVHTKPS0Pg
https://www.youtube.com/watch?v=MlTqBNhBzNY
https://www.youtube.com/watch?v=GUy4Ia5m3gM
FIN.
GRADO
8°
CASTELLANO
Y LITERATURA.
SEGUNDO
PERIODO
SEMANA
1 DE AGOSTO DE 2020
CLASE
1
INSTRUCCIONES GENERALES.
RECUERDE DEJAR LA RESEÑA DE ESTAS
CLASES EN SU CUADERNO INDICANDO LA FECHA, TÍTULO-S, TEMA-S TRATADO-S Y LAS
ACTIVIDADES PROPUESTAS (RESPUESTAS) Y EL LEXICÓN.
VEAMOS:
LITERATURA COLOMBIANA:
El autor más destacado y el más
famoso más allá de las fronteras es sin lugar a dudas el premio nobel de
literatura 1982, quien debido a su prolífica producción literaria –narrativa-
entre cuentos y novelas, siendo la más conocida “Cien años de Soledad”, que ha
sido traducida a varios idiomas y vendido por todo el mundo, se trata de nadie
menos que GABRIEL GARCÍA MARQUEZ.
ACTIVIDAD INICIAL:
VAMOS A LEER UNO DE LOS CUENTOS MÁS SOLICITADO Y AL TERMINAR, RESPONDEREMOS LAS PREGUNTAS QUE APARECEN.
EL
ÚLTIMO VIAJE DEL BUQUE FANTASMA.
AHORA VAN a ver quién soy yo, se dijo, con su nuevo
vozarrón de hombre, muchos años después que viera por primera vez el
trasatlántico inmenso, sin luces y sin ruidos, que una noche pasó frente al
pueblo como un gran palacio deshabitado, más largo que todo el pueblo y mucho
más alto que la torre de su iglesia, y siguió navegando en tinieblas hacia la
ciudad colonial fortificada contra los bucaneros al otro lado de la bahía, con
su antiguo puerto negrero y el faro giratorio cuyas lúgubres aspas de luz, cada
quince segundos, transfiguraban el pueblo en un campamento lunar de casas
fosforescentes y calles de desiertos volcánicos, y aunque él era entonces un
niño sin vozarrón de hombre pero con
permiso de su madre para escuchar hasta muy tarde
en la playa las arpas nocturnas del viento, aún podía recordar como si lo
estuviera viendo que el trasatlántico desaparecía cuando la luz del faro le
daba en el flanco y volvía a aparecer cuando la luz acababa de pasar, de modo
que era un buque intermitente que iba apareciendo y desapareciendo hacia la entrada
de la bahía, buscando con tanteos de sonámbulo las boyas que señalaban el canal
del puerto, hasta que algo debió fallar en sus agujas de orientación, porque
derivó hacia los escollos, tropezó, saltó en pedazos y se hundió sin un solo
ruido, aunque semejante encontronazo con los arrecifes era para producir un
fragor de hierros y una explosión de máquinas que helaran de pavor a los
dragones más dormidos en la selva prehistórica que empezaba en las últimas
calles de la ciudad y terminaba en el otro lado del mundo, así que él mismo
creyó que era un sueño, sobre todo al día siguiente, cuando vio el acuario
radiante de la bahía, el desorden de colores de las barracas de los negros en
las colinas del puerto, las goletas de los contrabandistas de las Guayanas
recibiendo su cargamento de loros inocentes con el buche lleno de diamantes,
pensó, me dormí contando las estrellas y soñé
con ese barco enorme, claro, quedó tan convencido que no se lo contó a
nadie ni volvió a acordarse de la visión hasta la misma noche del marzo
siguiente, cuando andaba buscando celajes de delfines en el mar y lo que
encontró fue el trasatlántico ilusorio,
sombrío, intermitente, con el mismo destino equivocado de la primera vez, sólo
que él estaba entonces tan seguro de estar despierto que corrió a contárselo a
su madre,
y ella pasó tres semanas gimiendo de desilusión,
porque se te está pudriendo el seso de tanto andar al revés, durmiendo de día y
aventurando de noche como la gente de mala vida, y como tuvo que ir a la ciudad
por esos días en busca de algo cómodo en que sentarse a pensar en el marido
muerto, pues a su mecedor se le habían gastado las balanzas en once años de
viudez, aprovechó la ocasión para pedirle al hombre del bote que se fuera por
los arrecifes de modo que el hijo pudiera ver lo que en efecto vio en la
vidriera del mar, los amores de las mantarrayas en primaveras de esponjas, los
pargos rosáceos y las corvinas azules zambulléndose en los pozos de aguas más
tiernas que había dentro de las aguas, y hasta las cabelleras errantes de los
ahogados de algún naufragio colonial, pero ni rastros de trasatlánticos
hundidos ni qué niño muerto, y sin embargo, él siguió tan emperrado que su
madre prometió acompañarlo en la vigilia del marzo próximo, seguro, sin saber
que ya lo único seguro que había en su porvenir era una poltrona de los tiempos
de Francis Drake que compró en un remate de turcos, en la cual se sentó a
descansar aquella misma noche, suspirando, mi pobre Holofernes, si vieras lo
bien que se piensa en ti sobre estos forros de terciopelo y con estos brocados
de catafalco de reina, pero mientras más
evocaba al marido muerto más le borboritaba y se le volvía de chocolate la
sangre en el corazón, como si en vez de estar sentada estuviera corriendo,
empapada de escalofríos y con la respiración llena de tierra, hasta que él
volvió en la madrugada y la encontró muerta en la poltrona,
todavía
caliente pero ya medio podrida como los picados de culebra, lo mismo que les
ocurrió después a otras cuatro señoras, antes que tiraran en el mar la poltrona
asesina, muy lejos, donde no le hicieran mal a nadie, pues la habían usado
tanto a través de los siglos que se le había gastado la facultad de producir
descanso, de modo que él tuvo que acostumbrarse a su miserable rutina de huérfano,
señalado por todos como el hijo de la viuda que llevó al pueblo el trono de la
desgracia, viviendo no tanto de la caridad pública como del pescado que se
robaba en los botes, mientras la voz se le iba volviendo de bramante y sin
acordarse más de sus visiones de antaño hasta otra noche de marzo en que miró
por casualidad hacia el mar, y de pronto, madre mía, ahí está, la descomunal
ballena de amianto, la bestia berraca, vengan a verlo, gritaba enloquecido,
vengan a verlo, promoviendo tal alboroto de ladridos de perros y pánicos de
mujer, que hasta los hombres más viejos se acordaron de los espantos de sus
bisabuelos y se metieron debajo de la cama creyendo que había vuelto William
Dampier, pero los que se echaron a la calle no se tomaron el trabajo de ver el
aparato inverosímil que en aquel instante volvía a perder el oriente y se
desbarataba en el desastre anual, sino que lo contramataron a golpes y lo
dejaron tan mal torcido que entonces fue cuando él se dijo, babeando de rabia,
ahora van a ver quién soy y o, pero se cuidó de no compartir con nadie su
determinación sino que pasó el año entero con la idea fija, ahora van a ver
quién soy y o, esperando que fuera otra vez la víspera de las apariciones para
hacer lo que hizo, y a está, se robó un bote, atravesó la bahía y pasó la tarde
esperando su hora grande en los vericuetos del puerto negrero, entre la sal
muera humana del Caribe, pero tan absorto en su aventura que no se detuvo como
siempre frente a las tiendas de los hindúes a ver los mandarines de marfil tallados
en el colmillo entero del elefante, ni se burló de los negros holandeses en sus
velocípedos ortopédicos,
ni se asustó
como otras veces con los malayos de piel de cobra que le habían dado la vuelta
al mundo cautivados por la quimera de una fonda secreta donde vendían filetes
de brasileras al carbón, porque no se dio cuenta de nada mientras la noche no
se le vino encima con todo el peso de las estrellas y la selva exhaló una
fragancia dulce de gardenias y salamandras podridas, y y a estaba él remando en
el bote robado hacia la entrada de la bahía, con la lámpara apagada para no
alborotar a los policías del resguardo, idealizado cada quince segundos por el
aletazo verde del faro y otra vez vuelto humano por la oscuridad, sabiendo que
andaba cerca de las boyas que
señalaban el canal del puerto no sólo porque viera
cada vez más intenso su fulgor opresivo sino porque la respiración del agua se
iba volviendo triste, y así remaba tan ensimismado que no supo de dónde le
llegó de pronto un pavoroso aliento de tiburón ni por qué la noche se hizo
densa como si las estrellas se hubieran muerto de repente, y era que el
trasatlántico estaba allí con todo su tamaño inconcebible, madre, más grande
que cualquier otra cosa grande en el mundo y más oscuro que cualquier otra cosa
oscura de la tierra o del agua, trescientas mil toneladas de olor de tiburón
pasando tan cerca del bote que él podía ver las costuras del precipicio de
acero, sin una sola luz en los infinitos ojos de buey, sin un suspiro en las
máquinas, sin un alma, y llevando consigo su propio ámbito de silencio, su propio
cielo vacío, su propio aire muerto, su tiempo parado, su mar errante en el que
flotaba un mundo entero de animales ahogados, y de pronto todo aquello
desapareció con el lamparazo del faro y por un
instante volvió a ser el Caribe diáfano, la noche de marzo, el aire cotidiano
de los pelícanos, de modo que él se quedó solo entre las boyas, sin saber qué
hacer, preguntándose asombrado si de veras no estaría soñando despierto, no
sólo ahora sino también las otras veces, pero apenas acababa de preguntárselo
cuando un soplo de misterio fue apagando las boyas desde la primera hasta la
última, así que cuando pasó la claridad del faro el trasatlántico volvió a
aparecer y ya tenía las brújulas extraviadas, acaso sin saber siquiera en qué
lugar de la mar océana se encontraba, buscando a tientas el canal invisible
pero en realidad derivando hacia los escollos,
hasta que él tuvo la revelación abrumadora que
aquel percance de las boyas era la última clave del encantamiento, y encendió
la lámpara del bote, una mínima lucecita
roja que no tenía por qué alarmar a nadie en los
minaretes del resguardo, pero que debió ser para el piloto como un sol
oriental, porque gracias a ella el trasatlántico corrigió su horizonte y entró
por la puerta grande del canal en una maniobra de resurrección feliz, y
entonces todas sus luces se encendieron al mismo tiempo, las calderas volvieron
a resollar, se prendieron las estrellas en su cielo y los cadáveres de los
animales se fueron al fondo, y había un estrépito de platos y una fragancia de
salsa de laurel en las cocinas, y se oía el bombardino de la orquesta en las
cubiertas de luna y el tumtum de las arterias de los enamorados de alta mar en
la penumbra de los camarotes, pero él llevaba todavía tanta rabia atrasada que
no se dejó aturdir por la emoción ni amedrentar por el prodigio, sino que se
dijo con más decisión que nunca que ahora van a ver quién soy y o, carajo,
ahora lo van a ver, y en vez de hacerse a un lado para que no lo embistiera
aquella máquina colosal empezó a remar delante de ella, porque ahora sí van a
saber quién soy y o, y siguió orientando el buque con la lámpara hasta que
estuvo tan seguro de su obediencia que lo obligó a descorregir de nuevo el
rumbo de los muelles, lo sacó del canal invisible y se lo llevó de cabestro
como si fuera un cordero de mar hacia las luces del pueblo dormido, un barco
vivo e invulnerable a los haces del faro que ahora no lo invisibilizaban sino
que lo volvían de aluminio cada quince segundos, y allá empezaban a definirse
las cruces de la iglesia, la miseria de las casas, la ilusión, y todavía el
trasatlántico iba detrás de él, siguiéndolo con todo lo que llevaba dentro, su
capitán dormido del lado del corazón, los toros de lidia en la nieve de sus
despensas, el enfermo
solitario en su hospital, el agua huérfana de sus
cisternas, el piloto irredento que debió confundir los farallones con los
muelles porque en aquel instante reventó el bramido descomunal de la sirena,
una vez, y él quedó ensopado por el aguacero de vapor que le cayó encima, otra
vez, y el bote ajeno estuvo a punto de zozobrar, y otra vez, pero ya era
demasiado tarde, porque ahí estaban los caracoles de la orilla, las piedras de
la calle, las puertas de los incrédulos, el pueblo entero iluminado por las
mismas luces del trasatlántico despavorido, y él apenas tuvo tiempo de
apartarse para darle paso al cataclismo, gritando en medio de la conmoción, ahí
lo tienen, cabrones, un segundo antes que el tremendo casco de acero
descuartizara la tierra y se oyera el estropicio nítido de las noventa mil
quinientas copas de champaña que se rompieron una
tras otra desde la proa hasta la popa, y entonces se hizo la luz, y ya no fue
más la madrugada de marzo sino el medio día de un miércoles radiante, y él pudo
darse el gusto de ver a los incrédulos contemplando con la boca abierta el
trasatlántico más grande de este mundo y del otro encallado frente a la
iglesia, más blanco que todo, veinte veces más alto que la torre y como noventa
y siete veces más largo que el pueblo, con el nombre grabado en letras de
hierro, halalcsillag, y todavía, chorreando por sus flancos las aguas antiguas
y lánguidas de los mares de la muerte.
FIN.
PREGUNTAS:
(escriba las respuestas en su cuaderno).
1.- ¿Cuál es la característica literaria que
predomina en el cuento?
2.- Escriba dos ejemplos de esa característica
presentes en el cuento.
3.- ¿Cuál es la actitud de la mamá antes y después
del hallazgo?
4.- Imagine y escriba lo que hizo la gente del lugar
al final del cuento.
5.- ¡Le gustó el cuento? Sustente su respuesta.
6.- Socialice sus respuestas.